Hacía al menos veinte años que no pasaba por aquel parque. Era la época en la que los almendros se ponían flor y el lugar se llenaba de un mágico color rosa y blanco que le hacía parecer un pequeño bosque de cuento.
Caminó sin prestar atención hacia dónde dirigía sus pasos y acabó llegando a un banco bajo un enorme y frondoso árbol. Se sentó allí un rato a contemplar a las personas que paseaban por el lugar, niños correteando, dueños y mascotas a cada cuál más peculiar.
El mundo mostraba un sinfín de emociones: la inocencia de los niños, la soledad de los ancianos que paseaban con las manos echadas a la espalda, la prisa de los ejecutivos o los apasionados besos de los amantes jóvenes. Concretamente, a unos metros, en un banco un tanto escondido de la vista dando sensación de falsa intimidad, una joven pareja de adolescente se comía literalmente la boca con la pasión que se sólo se tiene en los romances incipientes.