El Mago

Entre la bruma y el humo a penas se distinguía la extraña y desgarbada silueta. Se movía rápidamente de uno a otro lugar y se precipitaba sobre sus extraños artilugios.

En ocasiones se salpicaba su extraña vestimenta, una túnica cuya color era ya imposible de adivinar tras todos los años de uso.

Tenía larga barba y melena, de color cano, lo que hacía que no siempre se supiese su verdadera edad, desde luego más joven de lo que todo el mundo pensaba y más que su antecesor, por supuesto.

Él era el cuarto Mago Merlín que había habido en la historia. No era sorprendente pensar que la inmortalidad del mago podía tener truco pero, si ni siquiera el Rey dudaba de Merlín, desde luego, el resto de la corte no osaban por en duda que su longevidad era cosa de magia.

Le habían hecho un encargo y, sin dormir, llevaba varios días tratando de fabricar una pócima exitosa. Era muy difícil, ya se lo había explicado al Rey, pero este insistía e insistía en que todo debía hacerse con éxito.

No era su intención fallarle pero sabia que su destino se había sellado cuando su majestad le hizo su imposible petición.

Con cuidado, echó sobre el resto de ingredientes una gota de sangre de dragón. Del recipiente salió humo de color verdoso y rojizo.

Merlín suspiró. 

Le llevó la pócima al Rey y, por última vez, le advirtió que aquello no tendría éxito ya que la magia y el amor no siempre tenían los resultados esperados al mezclarse pero, como siempre, el Rey respondió que aquello eran pamplinas y que le diese lo que le había pedido.

El Rey se marchó con la pócima y la vertió en una copa de vino. Luego entró en su alcoba y se la ofreció a su esposa, quien se la bebió sin rechistar.

El mago esperó en el pasillo y, en los primeros instantes, no ocurrió nada, con lo que pensó que todo había salido bien, lo cuál era más de lo esperado.

Unos instantes después se abrió la puerta y el Rey, pálido como un fantasma, salió silencioso al pasillo.

Merlín le observó sin atreverse a preguntar pero con la curiosidad tratando de empujarle la lengua. Pese a todo, aguardó a que el monarca decidiese romper su silencio.

Tras unos minutos eternos, tal como era lo esperado, el Rey habló:

—Felicitaciones por vuestra pócima, Merlín. Es de una efectividad asombrosa. Todo lo que os había solicitado.
—Gracias, mi señor, aunque...no comprendo. Si ha tenido los resultados esperados, ¿por qué parece que os falta la sangre del cuerpo?
—Tal como me advertisteis, el amor y la magia no siempre responden como se espera. En efecto, tal como os pedí la pócima ha hecho que mi esposa sólo tenga ojos para su amor verdadero, quien, por lo visto, parezco no ser yo. Ahora tengo que decidir si los condeno a ambos a muerte o les destierro y que vivan su amor.

El Rey se marchó a la sala donde solía reflexionar a solas y Merlín volvió a su torre, pensativo.
El monarca debía tomar una dura decisión y parecía más desgraciado que nunca.

A media noche, desde la torre, Merlín observó cómo el problema del Rey parecía solucionarse solo y, sin decir nada, contempló como Ginebra, la hermosa reina, y el valiente caballero Lanzarote, mano derecha e íntimo amigo de su majestad, huían a caballo a través de las montañas.

Merlín decidió callar. Les daría ventaja, puede que con un día consiguiesen llegar lejos. En el fondo, él también tenía un amor no correspondido, como el Rey, pero le gustaría huir a un mundo mejor.

Seguiría fiel a Arturo, como había prometido al tercer Mago Merlín, mientras todavía le quedase aliento y, después, tal como esperaba, se reuniría con él tras la muerte en el otro mundo. Un mundo, quizás, mejor.
FIN

Escrito para la lista El Mago de Oz de The Inspiration List.

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2 Comentarios

  1. Un texto guay, ahora que sé que tienes mas, le echaré un vistazo. A seguir dándole caña!

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    1. Muchas gracias, Charles-X ;)
      A ver si retomo, la verdad que no es de los más brillantes que he escrito pero bueno, estaba ahí olvidado en una libreta y creo que debía publicar esto que lo tengo un poquitín abandonada, gracias por comentar.

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