El corazón de la fachada

Hacía mucho tiempo que veía ese extraño y llamativo cartel al pasar por la calle. Se trataba de una señal de metal grisáceo con forma de corazón con una pantalla de cristal rojo que por la noche se iluminaba de forma intensa y palpitante, como si marcase unos latidos reales.

Bajo ella, en el mismo edificio, sólo una puerta también metálica sin ningún cartel, horario o rótulo explicativo. Esto era, sin duda, lo más extraño de todo y lo que le hacía pasar por delante todos los días.

Axel se sorprendía ralentizando su marcha al llegar a pocos metros del cartel y paseando embobado mirando hacia la fachada, como hipnotizado por un misterio que ni él mismo se atrevía a resolver.

Jamás había visto a nadie entrar en el edificio, ni la puerta abierta ni nada. Y por eso hizo lo que hizo aquella tarde.

Era un día gris, uno de esos días anodinos que no tenía nada de particular. Axel caminaba como siempre, por aquella calle, reduciendo su paso ante el enorme corazón cuando oyó un latido. Se paró en seco y aguantó la respiración sorprendido. Miró al cartel, estaba como siempre y de pronto otro enorme ruido de un latido, un potente "popom" y un destello rojo en el cartel lo acompañó.

Axel no comprendía, se quedó con la boca abierta, perplejo y pensativo, mirando hacia arriba. Y sucedió una tercera vez. Un latido, un destello. Y un crujido.

Bajó la mirada y vio como la puerta se había abierto y aquel latido provenía del interior. Axel dudó qué hacer, pero la curiosidad le podía, así que dejó que sus pies dejaran hacer a su impulsividad y apagó aquel cerebro suyo que le decía que aquello parecía una mala idea.

El edificio estaba oscuro. Olía a humedad, a calor y a especias. A penas había luz, se asemejaba una especie de almacén antiguo o unas viejas oficinas. Al fondo, una estancia en la que había una tenue luz. De nuevo oyó el latido, que parecía provenir de allí.

Se dirigió en silencio hacia la luz, atraído por la idea de descubrir qué era aquello y por un impulso solo conocido por las polillas.

La puerta era de madera con un cristal amarillento y que no dejaba ver claramente el exterior, como en las casas de los setenta, por lo que dedujo que debía haber albergado una oficina por aquellos años. Empujó la puerta suavemente y dio paso a una estancia acogedora, una especie de saloncito con un sofá de dos plazas, una pequeña televisión que estaba apagada y una pequeña butaca, en ella había una persona sentada.

Axel se acercó y la persona que estaba allí sentada se giró. Era una chica, no tendría más de unos treinta años, casi como él. Estaba haciendo punto, algo parecido a una chaqueta. La chica se sorprendió al verlo y paró su labor.

—¿Quién es usted?—inquirió
—Lo siento, la puerta estaba abierta y he oído un ruido.
—¿Un ruido?¿Qué clase de ruido?—preguntó ella, sobresaltada
—Como un latido de un corazón, pero muy fuerte, muy alto. Lo siento, es que ese cartel siempre me ha llamado la atención y...—Axel no sabía cómo explicar por qué había entrado en una casa ajena sin llamar.
—No debería estar aquí. No debería haber entrado—se apenó ella
—Lo siento, me picó la curiosidad. Me iré.—era lo mejor que se le ocurría

La chica suspiró. Se oyó un crujido y de nuevo un fuerte latido. Axel se giró y comprobó que la puerta de la calle se había cerrado. La chica se había puesto blanca como la cal, parecía a punto de romper a llorar.

—¿Así que tenemos a un gatito curioso?—preguntó una voz a su espalda con un tono poco amistoso—¿No sabes que la curiosidad mató al gato, chico?

Axel se giró, a su espalda estaba una anciana con el pelo plagado de canas bicolor. Tenía un ojo vidrioso, fruto de algún tipo de ceguera, y el otro era negro como el tizón.

—¿Te ha gustado el cartel de nuestra tienda?—quiso saber la anciana—No has podido resistirte...como no, ninguno puede. Haz los honores, querida.

La chica se acercó a él casi a punto de llorar.

—Ven

Le cogió de la mano y lo llevó hacia la puerta de salida. Allí, la chica se quedó parada unos segundos con aire dubitativo, se giró hacia él y le abrazó.

Axel soltó una risita nerviosa. Por un momento le había dado repelús toda la situación. No sabía si abrazarla él también.

—No deberías estar aquí, lo siento.—ella se separó, las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Detrás de Axel se oyó un crujido y los latidos cada vez más altos y más acelerados.

Al entrar, con la oscuridad, Axel no se había fijado en la enorme puerta que había a la derecha. Ésta se había abierto y dentro había algo, algo oscuro, algo grande, algo horroroso que se acercaba hacia él. Algo que no era de este mundo. Notó como un tentáculo viscoso y largo le aferraba manos, piernas y torso mientras intentaba desasisrse con desesperación. La chica se giró para no verlo.

Lo que quiera que fuese arrastró a Axel al interior de la habitación y, una vez allí, aquella cosa, aquel ser oscuro, le atrajo hacia una enorme, puntiaguda y pútrida boca negra que calló el corazón de Axel para siempre.

Fuera, en la calle, el cartel brilló y se quedó encendido. La anciana salió al exterior, comprobó que todo estaba en orden y que nadie había notado nada extraño y volvió a entrar. Suspiró.

Agarró del hombro a la chica. Y la acompañó de nuevo a la habitación.

—¿Has terminado la chaquetita?
—Queda poco.
—Tú termínala tranquila y ve empezando otra.
—¿Hasta cuando estaremos así, abuela?
—Es una condena, hija, para siempre. Fue el precio que pagué para que no se llevase a tu madre, ni a ti.¿O es que quieres acabar como ellos?

La chica calló y bajó de nuevo la cabeza. Dio las puntadas que hacía falta para rematar el bajo de la chaqueta.

Se oyó otro chasquido. La anciana se dirigió a la entrada y recogió algo pequeño que había dejado el ser en la alfombra. Lo recogió con mimo y lo llevó a la sala. La chica se giró. Su abuela sostenía entre sus brazos un pequeño bebé que estaba muy tranquilo y que con ojos curisosos la contemplaba.

La chica le puso la chaquetita para abrigarle y un pañal. Lo sentó en su regazo y le observó. Se parecía un poco a Axel. La cara era más menuda pero era la misma nariz y los mismos ojos...Bueno, parecidos, solo que si te fijabas bien, si eras capaz de no parpadear durante unos segundos, notabas que aquellos ojos, de vez en cuando, refulgían con un extraño tono rojizo, sólo unos segundos, como si fuese un pequeño latido. Popom.

Fuera, en la calle, el cartel volvió a apagarse. Esperando, siempre esperando.
FIN

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