Alas Eternas
Alas Eternas. Capítulo 3
3. BELL
Anton buscaba a alguien más pero había perdido la pista en aquella
carretera. No podía dejar de pensar que aquel enemigo se le escapaba por
la punta de los dedos. Respiró hondo y trató de reconocer nuevamente su
rastro aunque no era fácil, estaba lejos, notaba una esencia muy débil.
Se
enfureció por su propia incompetencia. Necesitaba notar un rastro más
claro así que siguió avanzando por la carretera, a la manera humana,
como lo denominaban ellos, lo que significaba ir caminando.
A unos
kilómetros de allí una joven estaba empezando su turno en un café. Se
ató a la cintura el delantal rojo burdeos con el nombre de la cafetería
"Nancy´s", se colocó el pelo, su melena castaña corta definitivamente le
estaba convenciendo, pese a sus quejas iniciales había sido una buena
idea dejar que su amiga Jen le cortase el pelo. Le sonrió a su reflejo
en la enorme cafetera italiana de acero y suspiró.
- Vamos, Bell, pon cara de felicidad. - se dijo y se enfundó la sonrisa profesional que la caracterizaba.
Su
turno funcionaba casi por inercia, todo era servir cafés y postres, de
todo tipo pero, sobre todo, tortitas que eran la especialidad del local.
De vez en cuando algunos querían comer así que también servía todo tipo
de sandwiches y bocadillos calientes. Y refrescos y cerveza. Nancy la
propietaria no quería servirla porque había tenido un marido alcohólico y
odiaba todas las bebidas espirituosas pero por el bien de su negocio
tuvo que incluírla en la carta ya que la mitad de los lugareños eran
gente trabajadora que solía disfrutar por igual del café caliente y de
la cerveza helada, según la hora.
"Nancy´s" estaba situada en un
buen lugar, lo suficientemente alejado del centro del pueblo y
convenientemente cerca de las fábricas, las grandes granjas y la
carretera principal que llevaba a todas partes por lo que el entrar y
salir de clientes era bastante continuo.
Todos los días lidiaba
con algún cliente faltón, eso era algo impepinable, casi de penitencia,
que le tocaba aguantar aunque en general los lugareños eran buena gente y
bastante amables aunque, al ser la mayoría hombres, no podía evitar
sentir ciertas miradas de reojo y otras más descaradas dirigidas a ella
y, sobre todo, a algunas partes de ella.
Pese a esto no le
molestaba. La propietaria le pagaba lo normal, ni mucho ni poco, lo que
le parecía justo y las propinas no estaban mal. Además, por la ubicación
podía irse relativamente pronto a casa, ya que a partir de las once no
había un alma por aquellos lares, cosa que agradecía después de haber
pasado un año cerrando a la una en el bar del centro.
Su día a día
no era gran cosa y, en el fondo, Bell soñaba con irse del pueblo en
algún momento. Aún no tenía claro a dónde o qué quería hacer si
conseguía salir de allí pero, desde luego, no seguir sirviendo mesas.
Pensaba que, algún día, le tocaría hacer algo grande...aunque luego no
sabía qué sería ese algo y se venía abajo.
Pese a que ella se
repetía que tenía que dejar de pensar en tonterías su amiga Jen la
animaba. El hobby favorito de la gente joven de aquel lugar era
fantasear sobre sus vidas muy lejos de allí y Jen tenía una idea más
clara que ella de lo que se podía hacer.
- Y en cuanto reúna los
15 machacantes me pondré las tetas y el culo de Jenniffer López y luego
conseguiré un trabajo en una película. En Hollywood siempre hace buen
tiempo y hay miles de oportunidades de trabajar en el cine o en la tele.
Creo que deberías pensarlo, Bell. Además, eras bastante fotogénica, no
creo que tengas problema, con perder unos kilos y ponerte algo más de
pecho lo tienes cerrado. - Jen espetaba todo esto a voz en grito desde
la barra de la cocina, ya que trabajaba también allí, aunque más que
trabajar echaba las horas, se pasaba casi todo el tiempo revisando
revistas de cotilleos mientras cocinaba las tortitas, que era lo que le
dejaban hacer después de haber carbonizado unos diez bocadillos en los
últimos tiempos.
- No sé...- musitó Bell mirando su figura en la
superficie metálica de la cafetera, ella no se veía esos kilos de más y
tenía un pecho normal, ni enorme ni pequeño. Y, si, quizá no fuese una
modelo de bañadores pero no entendía exactamente cuál era la grasa que
Jen quería que bajase. Cogió una bandeja de tortitas de la repisa, se
echó un último vistazo y fue a servir una mesa.
Era un día como
otro cualquiera. Clientes mirones, clientes pesados, clientes amables,
tortitas, cafés, bocadillos, cervezas y parloteos de Jen. No parecía que
fuese a ocurrir nada interesante.
Y, entonces, como siempre que
no esperas gran cosa de tu día a día, entró ÉL por la puerta. Era un tío
alto, moreno, bastante atractivo. Tenía un porte impresionante. Bell no
pudo quitarle los ojos pese a estar sirviendo un café y entonces, por
el rabillo del ojo, vio a Jen asomada a la ventana con cara de boba.
El
tío se sentó en una mesa y cogió una carta con cara perpleja. Bell se
acercó lentamente a la mesa y miró al chico, expectante. El chico le
devolvió la mirada y esperó. De pronto, Bell se dió cuenta de dónde
estaba.
- Perdone...¿qué desea? - balbuceó, parecía que estuviese
intentando mantener una conversación en otro idioma de lo que le costaba
articular las palabras.
- Un café, por favor, con leche y doble de azúcar. - le pidió.
- Bien.
Bell
giró sobre si misma, hacía tiempo que no hacía algo así, y salió
corriendo a la cafetera. Preparó un café y mientras lo hacía observó al
tipo en el reflejo de la cafetera mientras no perdía de vista los gestos
muy, pero que muy, obscenos de Jen desde la cocina.
- ¡No! - le espetó en un susurro a Jen mientras esta le proponía hacerle al chico algo bastante escandaloso.
Se
acercó a la mesa. Le temblaba la bandeja. Sirvió el café, le preguntó
si quería algo más y él le dijo que no, que gracias. Ella se retiró y se
fue a la zona de empleados.
- Voy a salir. - le dijo a Jen.
- ¡¿Pero si tú no fumas?! - se extrañó esta mientras recogía el pedido que le daba Amy, la otra camarera.
- Necesito aire. - explicó Bell y salió por la puerta de atrás.
Se
apoyó en la pared del edificio y notó cómo su corazón bombeaba sangre a
todo ritmo. Estaba como si corriera una maratón y no entendía por qué.
Intentó
calmarse haciendo lo que solía, enumerar los pros y los contras de la
situación. Primero, el tío no era tan guapo, era un tío normal, un poco
resultón. Segundo, era un cliente de paso, no volvería a verlo más.
Tercero, ni se había dado cuenta de que ella estaba ahí y Cuarto, no se
puede ser tan estúpida, el tío seguramente había pensado que era una tía
bastante boba dado la forma en la que le había atendido.
Respiró hondo y se alisó el delantal. Abrió la puerta del local y volvió a su vida normal.
Continuará...
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