The Fang Game: T1x07

PACTOS
Un mayordomo abrió la puerta y se quedó mirando fijamente a los dos visitantes. Luego se giró y le hizo un ademán para que entrasen.
- Hacía mucho que no venía usted por aquí, señorita Chonaill - dijo serio y cortés.
- Y ni ganas de volver pero aquí estoy. ¿Dónde está?
- La señora está ocupada. Además hoy hay subasta. Espere en la sala principal.
- No pienso esperar ni por ella ni por nadie. Dile que he venido y que como no salga voy a empezar a dar voces y matar invitados. - indicó Erin como si aquello fuese lo más normal del mundo.
El mayordomo meneó la cabeza. Musitó un "como guste, señorita" y se marchó por un lateral. Erin le hizo un gesto a Will para que se mantuviese a una distancia prudencial pero alerta y luego se sentó en un carísimo sofá victoriano que estaba en la entrada.
Al cabo de unos minutos una ráfaga de aire levantó cortinas, papeles y flores de los jarrones a su paso. La exhalación se paró frente a Erin y acto seguido le propinó un sonoro bofetón.

- ¡¡¿Quién te crees que eres para venir aquí y darme órdenes, maldita estúpida?!! - gritó una muy colérica y ensangrentada Lady Ascott.
- El chico es mío. Y creo que te lo has quedado. Estoy segura de que has montando todo este circo de la subasta para quedártelo. - Erin estaba muy tranquila, como si no le hubiesen acabado de pegar. - Traelo y me iré tranquilamente de aquí.
- El chico no es tuyo. Ni una marca, ni un mordisco, ni rastro de tu sangre en él. ¿Qué maldito vínculo os une? No sabe a ti. - indicó Lady Ascott relamiéndose un poco de sangre de la comisura del labio.
- ¿Ya le has desangrado? Bonito uso para un telépata. - reprendió Erin.
- Soy tu madre. Deberías tratarme con respeto. - recordó Lady Ascott.
- Te falla la memoria, Astrid, ya no tenemos un vínculo. Me liberaste al poco de nacer por diversión. Ya no somos familia.
- Sigo siendo tu creadora.
- No tienes ningún poder sobre mí.
- Soy mayor que tú, soy más fuerte, más rápida y no pienso pestañear. Te di la vida y te la puedo quitar cuando quiera, Erin. No me tientes. - retó Astrid.
- ¿Dónde está el chico? - retomó Erin, sabiendo que aquella disputa sobre quién de las dos era una zorra más despiadada no tendría fin. Llevaban un siglo y medio sin llegar a un acuerdo. - ¿Tengo que ir a buscarlo?
- No pienso seguir hablando. Márchate de mi casa.
- No es tu casa. Lo sabes. - Erin sabía que no lo era porque no había salido despedida fuera de la casa nada más hacer la petición. Astrid jamás se había estirado en comprar sus casas, era más de matar a los propietarios y quedarse con ella hasta que se aburría y decidía mudarse. - Dame a Mark y me iré.
- ¡No empieces una maldita guerra que no piensas acabar, Erin! - susurró Astrid con una voz gélida que no había utilizado hasta ese momento.
- Esta guerra la has empezado tú llevándote a mi chico. Llevo siguiéndole muchos años y es mío. No sabrías no por dónde empezar para sacar sus habilidades a flote.
- ¡¿Y tu si?! Por favor, Erin. - exclamó Astrid, fingiendo sorpresa.
- Bueno, no he venido a charlar. Apártate de mi camino.
Erin le propinó un brutal empujón que empotró a Astrid contra la pared, haciendo una gran erosión en ella y en toda la decoración colgada frente a ella. Luego, Erin emprendió camino hacia la planta de arriba de aquella casa siguiendo el camino inverso que su creadora había utilizado para bajar.
Estaba llegando arriba cuando Astrid, furiosa, la agarró por el cuello y la empotró contra el suelo.
- Siempre has sido una mala puta. - le dijo a Erin.
La irlandesa se revolvió y le propinó una patada a Astrid en el estómago, haciéndola rodar escaleras abajo. Luego, de un salto, se puso sobre ella y empezaron a intercambiar golpes a tal velocidad que Will, con sus ojos humanos, no era capaz de seguirlos. Mientras su jefa estaba en apuros, el chico recordó algo que ambos habían hablado en el coche, y se deslizó sigilosamente escaleras arriba, tratando de buscar a Mark.
Estaba a mitad del pasillo cuando el ruido de pelea dejó de oírse a sus espaldas, así que Will empezó a correr hasta que Astrid, llena de yeso, de madera, de polvo y con restos de sangre que había manado de heridas que ya no existían, se paró frente a él.
- ¿A dónde te crees que vas?
Will no sabía qué hacer. Así que se quedó petrificado mirando a aquella mujer. Astrid había sido una mujer muy guapa antes de convertirse en vampiresa y también tenía pinta de que se había embriagado de poder en los últimos siglos porque parecía más despiadada y fuerte que cualquier vampiro que Will hubiese visto en su vida. La mujer trató de agarrarle por el cuello y, en ese momento, Will pronunció unas extrañas palabras y un enorme haz de luz apareció frente a él, dejando momentáneamente ciega a Astrid. El chico aprovechó para huir hacia adelante tratando de encontrar a su amigo.
Cuando la luz cesó y Astrid pudo recobrar la vista descubrió que el chico había desaparecido. Se sacudió un poco de yeso del hombro y caminó tranquila hasta su cuarto, sabiendo que allí estarían su juguete y este brujo que acababa de flashearla. No escaparían. En el fondo, pensó, su hija era un hacha encontrando talentos: un telépata y un brujo serían la guinda perfecta de su colección de humanos útiles.
Will descubrió a Mark tirando en un diván, desangrándose lentamente. Estaba muy pálido y con los ojos vidriosos. 
- ¡Tranquilo, tío, soy yo! - le dijo para que no se sobresaltase. 
Mark le dedicó una mirada pero no estaba seguro de que le estuviese reconociendo. Le tomó el pulso, era apenas perceptible. Se moría. Will lanzó maldiciones por lo bajo. Agarró a Mark y lo levantó del diván como si de una damisela en apuros y desmayada de los cuentos se tratase y se propuso salir de allí como fuese.
No había dado ni dos pasos con la carga cuando la puerta se abrió y apareció Astrid con una sonrisa de oreja a oreja.
- Hola, querido, ¿podrías dejar a mi juguetito en su sitio? - le dijo a Will. Aunque antes de que este pudiese verla venir, Astrid ya le había quitado a Mark, lanzado su cuerpo contra el diván como un pelele y le sujetaba del cuello con fuerza. - Te has equivocado de vampiro al que molestar, chico.
Astrid clavó sus colmillos en el cuello de Will y un dolor punzante le atenazó todo el cuerpo. Después, una extraña y placentera sensación se adueñó de él.
Una violenta sacudida hizo terminar con esa sensación y le hizo caer al suelo. Erin había vuelto y le estaba dando una paliza a Astrid, quien tampoco se quedaba con los golpes.
Will trató de levantarse aunque estaba débil. No sabía cuánto rato había pasado desde que comenzaron a chuparle la sangre. Miró a Mark y la puerta. No estaba seguro de si podría sacarle de allí en el estado en el que se encontraba ahora.
Will era muy dado a perjurar así que soltó unos cuanto improperios y decidió sacar a Mark como fuese, aunque ambos tuviesen que arrastrarse. Se acercó al chico y trató de espabilarlo. Tras dos sacudidas se percató de que Mark no sólo no reaccionaba sino que tampoco respiraba.
- ¡NO! - chilló.
La pelea tras él se detuvo y las dos vampiresas observaron al chico.
- ¡¡Serás zorra...!! - chilló Erin, perdiendo completamente las formas. - Le has dejado seco.
- ¡Oh, no querida! Es parte del plan. - rió Astrid.
- ¿El plan?
- Mi plan. Un vampiro telépata.
- No pienso dejar que le conviertas. - dijo Erin.
- O eso o le dejamos morir. Solo que, querida, no pienso ser yo la que le convierta. Soy demasiado mayor para volverme a enterrar con un cadáver en el jardín. Lo harás tu. - sentenció triunfal Lady Ascott.
- No pienso hacerle eso, es un buen chico.
- Sí lo harás.
Astrid se movió rápidamente y se posición detrás de Will, clavó fuertemente una inyección en el cuello del chico y este empezó a encontrarse mal.
- Erin, querida, tu y yo vamos a hacer un pacto. - le dijo Astrid, divertida - Tu vas a convertir a Mark en un vampiro esta noche y yo te daré el antídoto del veneno que le acabo de inyectar a tu brujo. ¿No es fantástico pactar?
Will empezó a agarrotarse, las venas de su cuello se hincharon y una extraña coloración morada y negruzca cubrió su rostro. Le empezaba a costar respirar.
- Tranquila, amor, es un veneno lento. Morirá  mañana a las doce en punto si nadie lo remedia. 
Erin miró a Will, lanzó una mirada furiosa a su creadora, se cargó a Mark al hombro y se dirigió a la puerta.
- Dile a tus criados que se pongan a cavar, no pienso hacerte todo el maldito trabajo sucio, Astrid. 
Lady Ascott dio unas palmaditas y el mayordomo entró en el cuarto, contempló la escena y miró a Erin.
- Venga por aquí, señorita Conaill, hemos cavado un hoyo en el que estarán muy cómodos y tranquilos.
Mientras Erin salía por la puerta escuchó la risita sardónica de su madre y juró que en cuanto tuviese todo en orden la mataría.


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