Un alto coste

La habitación estaba en penumbra pero aún así se notaba que estaba abarrotada de trastos y objetos por todas partes, en el suelo, apilados unos sobre otros y muchos colgados del techo con cuerdas y ganchos. En el aire había un aroma almizcleño mezcla de especias, incienso, óxido y podredumbre que terminada de advertir que aquel lugar no era un hogar al uso.
A contraluz, frente a la chimenea encendida y removiendo un puchero estaba ella. Su pelo ensortijado como la masa enroscada llena de nudos que era, su piel pálida brillaba suavemente cuando la luz golpeaba en su cara y aquella sonrisa torcida, con dientes oscurecidos por los años de ingerir brebajes a base de sangre y otras ponzoñas irradiaba una contradictoria sensación de indómita timidez. Su cuerpo se desdibujaba borroso dadas las capas de tela basta que llevaba encima, un vestido hasta los pies ajado y polvoriento.
No le gustaba estar allí así que tragó saliva y trató de insuflarse valor con unos claros y sonoros carraspeos pero ella soltó una risita áspera que le hizo empequeñecer.

- Sé por qué estás aquí. - dijo ella con una voz rota - Lo que deseas tiene un precio, James.
Se puso nervioso. No sabía como era posible que conociese su nombre y mucho menos sus intenciones. Era evidente que quería algo de ella, nadie visitaba a la bruja de no tenerlas, pero lo que él quería no lo había comentado con nadie y ella parecía saberlo.
- Tengo oro y algunas monedas de plata también. - informó James, no pudiendo mentir.
- Te costará algo más que el oro y la plata.
- No tengo más que mi caballo pero lo necesito para volver. - dijo James, incómodo. La bruja era persona non grata en el pueblo y vivía a una buena distancia en una cabaña en el bosque. Lo último que aquel hombre quería era volver solo caminando toda la noche.
La bruja rió nuevamente, esta vez con una carcajada larga, sonora y cascada que estremeció a aquel hombre que deseó salir huyendo de allí.
- Te costará más que dinero. Un hechizo tan poderoso tiene un alto coste. Podrías perder tu alma, tu corazón o tu vida. ¿Estás dispuesto?
- Si. - convino James, aunque lo dijo en un tono que expresaba más temor que seguridad.
La bruja no pareció satisfecha con su respuesta, se acercó a él dejando ver sus rasgos afilados y pálidos con la luz de las llamas. Agarró a James por la mano con firmeza, girándole la muñeca hasta dejar la palma hacia arriba. Clavó sus ojos grises en el hombre y sonrió, allí pudo ver que tenía los dientes mellados y se le escapaba un aroma desagradable de la boca. El aliento hediondo hizo retroceder a James pero ella tiró con fuerza de la mano.
- ¿Estás o no estás dispuesto a pagar el precio? - inquirió, apremiante, la bruja.
- Lo estoy.
Ella sostuvo fuertemente la mano y con un cuchillo que llevaba en la otra le hizo un corte profundo a James en la mano, hasta que la sangre brotó. Ella tiró de él hacia la olla que hervía y dejó gotear la sangre en el líquido. Luego, metió el cuchillo en el brebaje y lo sacó caliente, luego cauterizó con él la herida de James que grito dolorido.
- Ya casi está. - dijo la bruja, moviéndose rápido por la habitación cogiendo pequeños montoncitos de polvos, hierbas y restos secos de animales que guardaba por todas partes, añadiéndolos a la pócima que estaba cocinando.
Entre dientes y con murmullos apenas audibles la bruja recitaba su letanía mágica. El joven observaba incómodo esperando que aquello acabase pronto.
Finalmente, la bruja hizo un ruido, del puchero brotó un chispa extraña y humo verdoso emanó del brebaje. Luego, ella, cogió el líquido, lo removió y lo sirvió en un vaso que tendió a su visiblemente nervioso cliente.
- Bebe. - ordenó.
El joven miró el líquido que tenía un extraño color verde a contraluz y bebió. El líquido era espeso, amargo y con un sabor metálico que le contrajo el estómago. James se esforzó en retener la arcada que le provocaba y tragó.
- Bien. Dame el oro. - la bruja extendió la mano y James dejó un saco con monedas.
- ¿Cuándo...? - preguntó él, sin parecer impertinente. La verdad es que se sentía como siempre, ni mejor ni peor.
- ¡Oh, el efecto no es inmediato! Cuando llegues al pueblo empezará a funcionar. 
- Y entonces, cuando llegue, ella me querrá.
- Claro. Eso era lo que buscabas, ¿no? - la bruja sonrió causándole un escalofrío.
- Sí. Sí, claro.
- Pues ve, corre, en cuanto llegues ya estará haciendo efecto.
El joven salió y montó en su caballo. La bruja cerró la puerta mientras se alejaba por el camino.
James cabalgó contento rumbo al pueblo. Amaba a Amelia desde hacía años pero ella parecía no hacerle caso. Era como si él no existiese pero ahora le vería, le amaría. Sí, se casarían y ella sería suya para siempre, locamente enamorada de él. Había sido una treta un poco ruin pero el fin era noble. ¿Había algo más puro que el amor?
Cabalgó parte de la noche hasta llegar al pueblo, estaba ya cruzando por la calle principal cuando notó algo que subía por su estómago, una sensación caliente y amarga que le envolvía. Notó el sabor de la bebida que se aferraba a su garganta y un dolor enorme que le atenazaba el corazón. Algo le aferró con fuerza la garganta y empezó a faltarle el aire.
James se cayó del caballo y mientras peleaba por conseguir una bocanada de aire se arrastró por el suelo hasta que, finalmente, le fallaron las fuerzas y su corazón dejó de latir. Su cuerpo quedó tendido en el suelo frío y empedrado solo y aturdido.
Lo encontró un pescador que salía a primera hora. Avisaron a la familia y el pueblo fue a enterrarle, acompañando a su desconsolada familia en el momento. Amelia lloraba y comentaba con una amiga que se sentaban juntos en la iglesia y, una vez, le había dejado el libro de salmos porque ella había perdido el suyo. El párroco hizo una elegía solemne y elegante y al acabar todos volvieron a casa.
Tras de sí, en el cementerio, la lápida de James observaba desde lo alto. En ella rezaba:

James Conway
Amado hijo y vecino

Al fin James consiguió lo que quería, que todos le amasen. Aunque, como la bruja le había dicho, había tenido que pagar un precio.
FIN

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