Se alquila casa

Y gritó y gritó hasta comprender que jamás volvería a ver la luz del sol.

***

Aquella era otra de las muchas mañanas ajetreadas de su vida. Tenía – ya no podía recordarlas solo – como un millón de citas. Sacó su PDA y consultó la agenda, tan sólo diez minutos hasta la próxima reunión.

Revisó la mesa con interés, buscando el informe de ventas y, al no encontrarlo, llamó furioso a Helena, su secretaria, que le recordó que tenía tres copias: una en su archivador, otra en su correo y otra en su PDA por si había alguna emergencia. Se sintió ligeramente aliviado al saber que todo estaba en orden.

Una hora y cuarto de reunión después salió a las carreras a reunirse con un posible accionista y luego correteó nuevamente rumbo al aeropuerto.
Lo dicho, otra de sus típicas mañanas.

Pese a todo, aquella vida de ajetreo, estrés y tensión le reportaba satisfacciones, tales como la de tener una cuenta corriente bastante abultada, dos coches, casa con piscina, monitor personal de fitness y mucho viajes.

Sin embargo, Martín hubiese dado gran parte de su sueldo por un poco de tranquilidad. Había estado buscándola por todas partes, no siempre con éxito, ya que ahora todo, fuese a donde fuese, estaba comunicado, poblado o ambas cosas, lo que suponía ruido y ajetreo.

A pesar de todo, Martín se consideraba "un tío con suerte" y, sobre todo, era muy dado a buscar y perseverar. Un día, entre reunión y reunión, encontró un curioso anuncio en el periódico:


SE ALQUILA CASA

Muy tranquila. A diez kilómetros de carretera comarcal. Ideal parejas. Silencioso y Rural. Razón…

Se preguntó si sería tan tranquilo como parecía, a la hora de la verdad nunca lo eran: o te pasabas el día oyendo aviones, o coches o perros y siempre venía alguien a darte la lata. Por eso él siempre trataba de conseguir que le dejasen un par de días en la casa para ver cómo iba la cosa.

En esta ocasión, como en anteriores, el dueño no pareció molesto en permitir a Martín utilizar la casa todo un fin de semana, por lo visto, no le venían mal unos trescientos cincuenta euros por la molestia.

Preparó la mochila con un par de mudas, una par de carpetas con trabajo de la empresa y, por supuesto, su PDA, inseparable desde que era el Director Financiero de la Empresa. Le ayudaría saber hasta que punto era de verdad "tranquilo" el sitio.

Tras unas cuantas horas de viaje en coche, tenía clara una cosa: la casa estaba donde Cristo perdió la zapatilla pero de momento todo estaba comunicado y poblado. Sólo de pensarlo se desanimaba, temía que fuese otro de los muchos chascos que se llevaba por ese motivo.

Llegó al sitio donde había quedado con el propietario: un bar de carretera llamado – en un alarde imaginativo – "Bar Josefa" y le preguntó al camarero dónde estaba el Señor Pérez.

Yo soy José Pérez, joven. – dijo un señor de pelo cano, rechoncho y con sombrero de tela, que tenía la cara surcada de arrugas producidas por el sol. Le extendió una mano – Usted debe de ser Martín.

Sí, venía por la casa. – le dijo, aunque estaba claro.

Bueno, pues vamos allá. Está un poco lejos de aquí. Espero que no le importe.

Martín negó con la cabeza y siguió al hombre que le dijo que cogiese su coche y fuese tras él hasta la casa.

El trayecto duró casi una hora, se desviaron de la carretera principal varias veces para coger pistas de tierra. Al final de una carretera asfaltada cogieron otro camino de tierra bastante abandonado y bacheado durante unos diez minutos y, al final, se encontraba la casa.

Era la típica casa de campo de los años setenta: dos pisos, cuadrada, techo de teja, suelo cementado y garaje anexo exterior. Muy típica. Muy del montón.

Ya ve que la carretera está a sólo diez kilómetros – le dijo el señor Pérez – Esto es muy tranquilo, a penas pasan coches y hasta aquí rara vez viene alguien, como mucho algún turista despistado.

Ya veo – comentó Martín, desde luego, el sitio parecía desangelado.

Bueno, si me quiere llamar o algo tiene que ir hasta la carretera principal, por aquí no hay cobertura para los móviles. La casa no tiene fijo ni nada de eso. El calentador es de butano, como venía le he puesto una bombona nueva. En fin – le entregó las llaves – que se entretenga. Déjeme las llaves en el bar cuando se marche. Y nada, llámeme para decirme lo que decida. Bueno… - el señor Pérez hizo un gesto con la mano.

¡Ah, sí! – exclamó Martín, le entregó los 350 euros.

Gracias, y disfrute, no le molestará nadie. Esto es muy tranquilo.

El señor Pérez se alejó en su coche y Martín decidió explorar la casa. Aparentemente remanso de paz, como le había dicho.

Deshizo las maletas y se tiró sobre el colchón de su cama, en el segundo piso. Estaba tan relajado, no se oía nada, ni coches, ni gente, ni teléfonos, sólo el viento soplando en calma. Finalmente, Martín se sumió en un profundo sueño.

Despertó al cabo de varias horas, era de noche y todo seguía tranquilo. Bajó a la cocina y se preparó un tentempié. Mientras comía un sándwich se propuso repasar los informes pendientes.

En el exterior, ni un alma, todo paz. Martín empezó a pensar en serio en comprar la casa, la única que no parecía un timo de todas las vistas.

"Si mañana esto sigue así – pensó – me la quedo de cabeza"

Subió ala habitación y, por fin, pudo abrir la novela que había comprado hacía seis meses y leyó durante horas. Luego se durmió con una sonrisa en la boca.

A la mañana siguiente, tras haber dormido por primera vez en años sus ocho horas del tirón, Martín, nuevo y descansado recogió sus pertenencias y las metió en el coche, dispuesto a buscar al dueño y extenderle un generoso cheque por la casa.

Salió, cerró la puerta y arrancó el coche. Se alejó, con dirección a la carretera principal y miró por última vez a la casa. Allí, en el segundo piso había una luz encendida.

¡ Mierda ¡ - exclamó. Se giró en el asiento y condujo el coche varios metros marcha atrás, hacia la casa.

Se apeó y subió al cuarto de arriba pero todo estaba en orden. Revisó todas las habitaciones de la segunda planta y todo estaba ordenado y desenchufado.

Habrá sido un reflejo del sol en la ventana. – pensó Martín.

A fin de cuentas, tanto vivir en la ciudad hace que ya lo que es normal en el campo nos acabe pareciendo raro.

Martín volvió al coche, al pasar por delante de la puerta del salón vio la luz de la lámpara de pié encendida.

¡Ahá! – y entró a apagarla.

Al salir, frente a la puerta de entrada encontró una de sus bolsas.

Bueno, pues me hubiese dejado aquí la camisa buena.

Recogió la bolsa y abrió el maletero. Ante su sorpresa lo encontró vacío. Martín se quedó sorprendido, luego confuso. ¿Había metido las cosas en el maletero o no? Al parecer, no. Entró en la casa, efectivamente, en el cuarto en el que había dormido estaba todo. Martín no comprendía muy bien lo que había pasado pero todo era muy extraño. Quizá haber dormido tanto no le había sentado bien, no estaba acostumbrado.

Cogió sus cosas y se dirigió de nuevo al coche. Dejó sus cosas en el pasillo y puso la llave en la puerta de la calle para abrirla, pero la llave no giró. Martín intentó forcejear con ella pero ni la cerradura, ni el pomo ni el picaporte querían colaborar.

Intentó abrir una ventana pero no tuvo éxito y después, miró fuera, al camino principal. Allí, lógicamente, no había nadie. Es más, ni siquiera estaba su coche. Martín se pegó al cristal, buscó su vehículo, quizá no lo había aparcado de ese lado. Revisó a través de la ventana de la habitación de al lado, desde la que tampoco divisó su vehículo.

¿Cómo podía haberle pasado eso? El coche estaba allí. Lo tenía claro. Se había alejado en él y después había vuelto…¡si hasta había visto el maletero vacío!

Comenzó a ponerse muy nervioso. Sintió taquicardia y sudores fríos. Le pasaba a veces en las reuniones importantes. Lo tenía claro. Iba a buscar sus pastillas y luego, si fuese necesario, rompería una ventana y buscaría el coche.

¿Dónde había puesto las pastillas? ¡En la bolsa del viaje!

Salió al pasillo, donde había dejado sus bolsas, pero allí no estaban. Martín, superado, se dejó caer en el suelo.

Una luz en el segundo piso se encendió, llamando poderosamente su atención. Subió las escaleras, con la esperanza de descubrir quien le estaba gastando aquella broma pesada. La luz venía del cuarto en el que había dormido. Allí, sobre la cama, estaban sus cosas, pero no había nadie. La luz venía de la bombilla de dentro del armario. Martín abrió las puertas, el armario estaba vacío, sólo la bombilla, las baldas y el espejo de cuerpo de entero…

Y en el espejo, tres personas que le miraban suplicantes y asustadas sentadas en la cama que había a su espalda.

Martín se giró asustado y en la cama no había nadie, volvió a girar…y allí estaba la cama, la habitación y sus maletas y, a su lado, los tres hombres del espejo.

Luego, vio como el señor Pérez recogía sus maletas. Después se acercó al armario, miró a Martín, atrapado dentro del espejo y meneando la cabeza murmuró un "lo siento" y cerró la puerta del armario. Martín se quedó sólo.

Y gritó y gritó hasta comprender que jamás volvería a ver la luz del sol.

***

Como todas las mañanas, Arturo cogió el periódico y miró la sección de clasificados. Siempre buscaba algún sitio tranquilo para los fines de semana porque vivir en la ciudad le estresaba mucho.

En medio de un montón de anuncios de pisos encontró uno curioso, que cumplía sus expectativas:

SE ALQUILA CASA

Muy tranquila. A diez kilómetros de carretera comarcal. Ideal parejas. Silencioso y Rural. Razón…

FIN

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