Alas Eternas. Capítulo 2


2. YLLE
El coche circulaba a toda velocidad, huía como alma que se llevase el diablo, solo que en su interior aparentemente no había nadie. A pesar de ello, los peatones que saltaban intentando salvar la vida de un casual atropello no se percataron de cómo era o no era el conductor.
Sin embargo, si algún humano hubiese podido ver lo que ocurría en el interior del vehículo, todos se hubiesen sorprendido.
Anton, situado en el asiendo trasero del coche forcejeaba con Ylle, un enemigo al que había salido a dar caza. Peleaban de forma brutal mientras el segundo trataba de desembarazarse del primero y, este, a su vez, intentaba que no muriesen inocentes a su paso. Un revoltijo de golpes, patadas y cortes de cuchillos se sucedían entre el asiento del piloto y el molesto pasajero del asiento de atrás.
El coche chocó finalmente con una boca de incendios y ambos salieron despedidos por el parabrisas entre una nube de cristales. Por supuesto, la gente sólo vio estallar el cristal y muy pocos se acercaron lo suficiente para ver lo que había en el coche. Algún curioso pensaba que conductor estaría desmayado entre los asientos, puesto que no se veía a nadie en el coche ni fuera de él a unos prudenciales metros de distancia.
Mientras, la batalla continuaba en el bosque, donde los paseantes se preguntaban por qué se había levantado tal cantidad de aire de repente. Los que llevaban sombrero tuvieron que agarrárselo con fuerza, algunas personas se embozaron en sus abrigos y chaquetas y aquellos que llevaban pañuelos se los agarraron para que los protegiese del frío.
Si hubiesen podido ver lo que pasaba a su alrededor, habrían visto a dos hombres fornidos en una cruda e igualada batalla. Anton recibía patadas y puntapiés sin tregua y lanzaba a su vez golpes y cuchilladas para tratar de acabar con Ylle. Éste tenía fama de ser el típico chico rápido con mucha suerte y, de momento, parecía que lo dicho era cierto, puesto que de momento Ylle estaba dando más golpes que los que recibía.
Sin embargo, Anton tenía aún algún as en la manga. No iba a dejarse vencer por uno de ellos, de momento no lo habían conseguido y él sabía como lograr la victoria. Tenía que derrotarle con las mismas armas. Tenía que ser más rápido.
Ylle le lanzó una patada alta seguida de un golpe con la mano. Anton le sujetó por el brazo y se tiró al suelo haciendo que Ylle saliese volando sobre él. Aprovechó ese instante con la otra mano para lanzarle una puñalada en el cuello con su cuchillo y con las piernas le propinó un golpe en el abdomen haciéndole girar ciento ochenta grados, de forma que Ylle dio una voltereta y cayó de espaldas sobre el suelo. De inmediato trató de levantarse pero Anton saltó sobre el pecho obligándole a permanecer tumbado.
-    Es inútil. – le indicó Anton para que dejase forcejear – En breve desaparecerás. No puedes hacer nada, ese corte es profundo y es un arma celestial. Se acabó tu juego.
-    Espero que estés contento, Anton. Bailándole el agua a todos esos cabrones dictadores. Algún día te darás cuenta de que estás equivocado. – Ylle empezaba a desvanecerse, camino a la Eternidad.
-    Te hago un favor. Renacerás nuevo, como humano. – le dijo Anton – Claro que antes pasarás una buena temporada en el Purgatorio.
-    Si lo dices mucho, quizá te acabe pareciendo una buena idea. – Ylle sonrió de forma sarcástica y desapareció definitivamente.
Anton cogió su cuchillo del suelo. A su alrededor, varios transeúntes comentaban lo loco que estaba últimamente el tiempo. Que si ahora hacía aire, que si ahora no. Que si llovía poco para la época en la que estábamos. Anton se rió, los humanos le resultaban muy curiosos, siempre sin saber lo que ocurría a su alrededor.
Un rayo de sol incidió sobre su cabeza y Anton miró hacia arriba, dejando que el rayo le inundase de calor. Se sintió renovado, estaba claro que arriba acababan de saber que ya había uno menos al que buscar.
Ylle era difícil pero el más sencillo de cazar de los seis que habían localizado. El resto no eran cosa fina, manipuladores, evasivos, inteligentes…veteranos de aquella guerra y los más esquivos. Anton desplegó sus alas para ir al nuevo emplazamiento donde sacar de su guarida a alguno de aquellos desertores.
Agitó sus alas y desapareció.
-    Te digo que hay como remolinos. Eso es que va a venir una tormenta. – le comentó una anciana a su marido al pasar junto a Anton despegando. – El tiempo está loco, Friedor.
Y Friedor no tuvo más remedio que darle la razón y continuar con su paseo matutino.

Continuará...

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