Alas Eternas. Capítulo 1


1. ANTON
Caminaba por los amplios pasillos mientras se devanaba los sesos pensando en qué podría haber sido el detonante de aquella llamada. Normalmente no le molestaban para tonterías pero sabía que si estaban buscándole a él es que debía de ser algo gordo.
Llegó a la sala de juntas donde varios de sus compañeros miraban unos planos y unas pantallas con localizaciones GPS. Sonrió pensando en lo que habían tardado en incorporar la tecnología a la vida cotidiana desde que ellos la conocían.
-    ¡Ah! Veo que te han avisado. Gracias por venir, Anton. – dijo Miguel, su superior directo.
-    Bueno, debe ser algo importante, me he dado bastante prisa en venir a ver qué ocurre. ¿Qué se está cociendo?
-    Algo muy gordo. Hemos localizado a los que se han escapado. Están en distintos sitios del planeta pero hemos empezado a buscarles. No se saldrán con la suya. Desertar está muy mal visto.
-    Ya. Y ¿le habéis encontrado a ÉL? – nunca pronunciaban su nombre, era persona non grata más allá de las puertas de la fortaleza y nadie quería que le encontrasen hablando de aquello.
-    Aún no, pero si les cogemos a todos saldrá…o ellos dirán dónde está escondido. No queda otra. – Miguel apoyó sus manos sobre la enorme mesa de madera blanca dejando ver sus torneados brazos de general, los brazos que le habían hecho llegar a ser el encargado de las armas y jefe en las batallas.
-    Bien, y ¿para qué me queréis?- inquirió con hastío Anton.
-    Es evidente, vas a ir a cazarlos. Eres el mejor rastreador. – Miguel sonrió dejando ver un impresionante destello azul en el fondo de la garganta. Anton se estremeció, no le gustaba aquella actitud, Miguel siempre había sido muy combativo y sanguinario.
-    A sus órdenes, señor.
Anton se cuadró y giró sobre sus talones. Aquella guerra secreta estaba empezando a hacer muy larga, demasiado ya. Desde siempre la eterna rencilla, el intento de coger a los que huían de lo que no les gustaba. Empezaba a preguntarse si antes de desertar aquellos 300 soldados habían empezado a pensar en las cosas que ahora a él le pasaban por la cabeza.
Suspiró y meneó la cabeza intentando desembarazarse de aquellos pensamientos. Tenía que concentrarse.
Él era un soldado, un rastreador. El mejor de su sección. El rastreador. Y había sido elegido para aquella increíble tarea, quizá, si lo hacía bien le ascenderían con los otros y, con suerte, le quitaría el puesto a Miguel o al menos tomaría las decisiones con él.
Era un buen camino, una buena aspiración.
Anton comenzó a vestirse con su traje especial, cogió sus armas y sus herramientas de rastreo y aquel cuchillo de caza que le habían dado. Sólo tenía que evitar que nadie le viese. Y eso haría. Como lo hacía siempre.
Cruzó la enorme pasarela blanca y dorada que daba pie a la puerta entre la fortaleza y el resto del mundo. Saludó al viejo guardián que se lo devolvió con la mirada perdida. Llegó al borde de la plataforma, inhaló profundamente, miró al fondo, allí, a cientos de kilómetros estaba la Tierra, redonda, bella, cada día un poco menos azul y más marrón.
Anton desplegó sus enorme alas blancas y saltó al vació, rumbo a la Tierra. Siguiendo a su presa.


Continuará...

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2 Comentarios

  1. Impresionante comienzo. Me ha encantado, sigue pronto. Besos

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  2. Gracias, guapa. A ver cuánto me dura la inspiración. Besotes.

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